Nadando en aguas desconocidas

el asunto es el siguiente: vives tu vida plácidamente entre los demás mortales que caminan por la cuidad, entre tanto no esperabas nada ni nadie que te seduzca, difrutando de la comodidad vacia de gastar aire sin pedir nada a cambio. Y de pronto, es un imagen, una epifanía que no logras compreder que se cuela en tus huesos y se aloja en lo más profundo de tu ser. Y no es una invación alienigena como siempre lo esperabas, ni la ciudad ardiendo en llamas como soñaste. Al contrario, se abre la luz y no es una divinidad, sino que es alguien que se mete en tu existencia y de la que no quieres sacar. Esa sensación inicial que no acaba ni cuando la sigues y no comprendes que

aún esté al lado tuyo, soportando juntos unos momentos de felicidad, es que te invade y te conquista. Ya no es el aire ni la nada lo que te llena, sino la cálida sensación de conocer a alguien, aunque sea un rato, un momento en que se juntaron los astros y las probabilidades fueron alegres para ambos, de estar el momento y saber que la felicidad y el amor no son palabras de los poetas.

Ese momento bien vale la pena y vale la pena lanzarse al agua a lo que vendrá al futuro y saber que ya no será sólo existir sin fin, sino que hubo momentos en que viste sus ojos, sentiste su piel y supiste que había inmensidad. Lo que viene luego es desconocido, pero sabiendo que hay algo y alguien que te dio un momento de sí, es más fácil nadar bajo el agua.